miércoles, 3 de septiembre de 2014

Silkeborg

Silkeborg es una ciudad preciosa con lagos, bosques mucho verde, mucho aire puro. Allí vive desde hace varios años mi gran amiga Dorte.
Nos une desde los 16 años una amistad que fue construyendo con pocas palabras. De paciencia inquebrantable, y palabra a palabra, paso a paso recorriendo las calles de Ringkøbing en verano, fui aprendiendo danés de un modo tal que, aunque a ustedes les cueste creerlo, me sonaba cálido.
Ella es danesa. Muy danesa en todos los aspectos que se pueda serlo: alta, rubia, ojos azules. Muy hermosa. Tranquila, ordenada. Su casa está impecable. Luminosa y con muebles de diseño. Uno jamás creería que allí hay tres niñas de entre 8 y 11 años.
Cuando empecé a pensar este proyecto y se lo conté, nunca dejó de apoyarme y cada vez que dudaba, pensaba en una frase que me dijo cuando se lo compartí por primera vez.
Me gusta estar en Silkeborg. Me recuerda de lo importante que son las palabras cuando a veces faltan, pero de lo fundamental que son los sentimientos para entenderse. Y así, sobran las palabras.


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