martes, 9 de septiembre de 2014

Հայաստան

Cuando llegué a París, llegué agotada y, si bien estaba feliz y expectante de todo lo que pudiera venir, también sentía algo de miedo y algunas preguntas que interrumpían sólo momentáneamente mi felicidad, podían llegar a sonar en tono de duda.
Parada frente a la puerta de la Casa de Armenia, respiré hondo y, sin dudar, di ese paso que cruza el umbral.
Luego de las cuestiones administrativas, subí a dejar mis cosas en la habitación y fui a tomar un café con Mikaël, que me había acompañado hasta aquí. Fue bueno volver a verlo y acordamos en que veníamos bien cubriendo los cafés de las principales Capitales del mundo: New York, Buenos Aires, París.
Volví sobre mis pasos hacia mi nueva Casa, pensando que tal vez esta noche iba a dormirme  con cierta nostalgia, preguntándome si había tomado la decisión correcta. Subo las escaleras que me llevan a mi nuevo espacio y me encuentro con tres muchachitos. Los saludo y me doy cuenta que dos de ellos son idénticos. Uno saluda evasivamente, el otro se queda, pero saluda con cierta seria distancia. El más alto, se sonríe y me pregunta si soy armenia, "No, argentina"- "¿Sabés la Casa de quién es esta?" "Claro- respondí yo- de Armenia" Y al escucharme me di cuenta que no estaba tan perdida.
Fui a ordenar mis cosas y minutos más tarde, aún con seriedad, pero ya sin tanta distancia, uno de los idénticos me dice "Querés venir a cenar con nosotros?" "Sí, me encantaría"

Mi primera noche en La Casa de Armenia transcurrió en una cena en compañía de una gente excepcionalmente cálida. Allí estábamos, ellos tres y yo, charlando sobre Armenia y los armenios. Me sonreía por dentro al escuchar tantas similitudes con el el pueblo judío, pero no quise decirlo porque no quería estropear mi propia curiosidad al escucharlos. Las tristezas del pueblo las dejo para otro relato. Este relato es para contar sobre la alegría de encontrar cada noche en la cocina, un grupo de gente que dice "Traé tu plato" y comparte lo que tiene y lo que no tiene también.
En una serie de cuentos populares armenios, siempre terminan diciendo "Tres manzanas cayeron del cielo... ". Y he aquí como cierro mi relato:

"Tres manzanas cayeron del cielo: una para tí, mi amigo lector; otra para quien cuenta este relato; y otra para compartir con quienes te brindan una casa, cuando estás tan lejos de tu tierra" 


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