sábado, 11 de abril de 2015

LA ALEGRÍA DE LA TRANSMISIÓN

Breve intervención en la conferencia sobre el Genocidio de los Armenios.
Maison del'Argentine. 9 de Abril 2015.

Recuerdo claramente la primera vez en mi vida que escuché la palabra "armenio". A menudo me preguntaba por qué había quedado en mi memoria sin razón aparente. Varios años más tarde, escuché hablar del genocidio del pueblo armenio, pero no sabía cómo había sido. Hizo falta, pues, el encuentro con los armenios y, gracias a la alegría de ese encuentro, hizo falta saber. Lo contingente de un bello encuentro devino la necesidad de saber. Una necesidad como marca a partir de la cual nada volverá a ser como antes. 
El saber resulta entonces, un efecto de la alegría. Una alegría definida en términos spinozianos (el filósofo judío Baruch Spinoza) que definió la alegría como la "potencia para actuar", aquello que da la fuerza para el acto.

Una de las primeras expresiones que aprendí cuando llegué a la  Maison des Étudiants Arméniens fue « tsavt tanem » (« llevo tu dolor conmigo »). Esa frase me ha conmovido profundamente. Voy a dejar de lado su uso, porque esta vez quisiera hablar de las cuestiones y pensamientos que me ha suscitado. 

« Llevar el dolor de un otro consigo». El camino de mis pensamientos me ha hecho encontrar una primera cuestión acerca del dolor. No solamente del dolor, sino el dolor de un otro. Este dolor que se comparte es un dolor que crea lazos. Mi vida con los armenios y la historia de un dolor compartido, transmitido de un modo amoroso y alegre a creado lazos de gran fortaleza. Dicho de otro modo, esos lazos de dolor no podrían sostenerse si no hubiera al mismo tiempo lazos de alegría, también sostenidos por una historia cultural de una riqueza formidable. Es la alegría de los lazos. El dolor sería insoportable al punto de impedir una transmisión si no existiera la capacidad de sostener esa producción cultural, que incluye la singularidad de una lengua y sus expresiones. 

Existe, por supuesto, una diferencia entre el dolor físico y el dolor psíquico, pero ese tiempo del cual quisiera hablarles es más bien el tiempo donde ambos se entrecruzan. Este dolor es el dolor de un pueblo que ha sido masacrado. Un pueblo que ha visto a sus más brillantes intelectuales ser eliminados, que ha sido conducido por el desierto desprovistos de agua y alimento hacia una muerte cruel y atroz. Les aconsejo firmemente escuchar, leer los relatos, ver las imágenes, saber lo que ocurrió durante el genocidio del pueblo armenio. No para comprender (en el sentido de creer que ya sabemos de qué se trata), sino más bien lo contrario. ¡No comprendan! Ante todo no hay que comprender cómo una atrocidad tal ha tenido lugar, hay que interrogar la historia de la humanidad, a los turcos, a los armenios... hay que interrogarse.  « Llevar el dolor » no es comprenderlo, sino que implica un lazo de solidaridad, de empatía. Corremos el riesgo de no preguntarnos más si tenemos la idea de haber comprendido todo, nos arriesgamos a encontrar una  « respuesta-solución final ».  
  
Escuchando las charlas (y la música) y a medida que hacía mi bautismo en la cultura armenia, me preguntaba: ¿Qué ha hecho el pueblo armenio con su dolor? Jacques Lacan organiza su enseñanza en tres dimensiones: lo simbólico, lo imaginario y lo real. Sólo voy a definir aquí lo real, ya que concierne mi recorrido. Lo real es del orden de lo imposible de aprehender con el legnuaje, es lo imposible de decir porque no tiene palabras. ¿Cómo hacer pasar, entonces, de una generación a otra la historia de ese real espantoso que fue el genocidio? ¿Qué se puede decir de un horror que no tiene palabras? Ello me reenvía inexorablemente a mi propia historia, marcada por la de mi abuela judía y el silencio ensordecedor de la muerte que ha tocado a su familia. Aun si ella nunca hablaba de su historia, conocíamos su dolor. Me pregunto ahora, si ese silencio era la manera en la cual ella pudo transmitir esa parte de su historia sin palabras. 

Me siento a la mesa con mis amigos armenios y me doy cuenta de aquello que me permite crear un lazo con el Otro de mi pasado y los otros de mi presente. Es gracias a la transmisión como aquello que va más allá de la palabra que algo de lo real del horror puede ser aprehendido, mientras compartimos la vida misma. La alegría como potencia para actuar es, pues, la posibilidad de una invención, potencia para la creación. Es lo que Spinoza llama "la potencia de existir" y cuando es afirmada, nacen la alegría y los afectos. (La eliminación sistemática de los seres humanos perpetrada en los genocidios tiene que ver con la impotencia, ya que no acarrea más que la destrucción de la existencia.) Siento la fuerza de una existencia que se aferra a su identidad y eso me interroga acerca de mi propia identidad. El fanatismo, los espíritus cerrados y la negación del otro no tiene ninguna relación con la identidad. Y digo esto no solamente en relación a lo que cada quién deba revisar dentro de sí, sino en relación a la nación turca: ¿Cómo construir una identidad sobre la base de la negación sistemática de su propia historia y del otro? La posibilidad del intercambio (no en términos de la globalización), sino el intercambio en tanto que nos permite reflexionar, se da gracias a la alegría de haber construido una identidad firme, pero no cerrada, que permite crear lazos no solamente con los semejantes, sino con los diferentes. 

Miro a mis armenios y los guardo dentro de un alma que ha devenido una parte armenia. Los escucho hablar una lengua que no comprendo y que, sin embargo, tiene una significación muy clara para mí. Ahora los conozco. Los conozco y me re-conozco. Y es en eso, en todos los sentidos posibles de la palabra, donde reside la importancia del RECONOCIMIENTO.
Շնորհակալություն

1 comentario:

  1. Hermoso. Simplemente hermoso. Gracias por compartirnos tu experiencia y tu reflexión.

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